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LA IMPORTANCIA DE LAS VIRTUDES



La etapa de la juventud es importantísima para la vida, tan es así que es precisamente en ella donde conscientemente se arraigan o desarrollan las actitudes y valores que acompañan al ser humano durante toda su vida.



En este aspecto es importante considerar las virtudes como una forma o manera de vivir ‘de frente a la vida’, pues quien cultiva su vida con virtudes le da una dirección exitosa. Mientras se cultiven con dedicación y empeño, mayor eficacia encontraremos cuando recurramos a ellas.



Pero ¿qué es la virtud? El Catecismo de la Iglesia nos ayuda a tener un concepto preciso: «La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige, a través de acciones concretas» (cfr. CEC.1803).



Como leemos, nos damos cuenta que el ejercicio de la voluntad propia tiene gran relevancia, pues para adquirir las virtudes se requiere de un gran esfuerzo humano. Por otra parte, hay que recordar que el solo esfuerzo humano no basta para ser un hombre o una mujer virtuoso (a), pues Dios pone la otra parte fundamental que complementa el trabajo del hombre. Al respecto, el Catecismo nos dice: «Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas mediante la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas» (CEC 1810).



Así pues, el esfuerzo constante de llevar una vida virtuosa no se opone a la gracia de Dios, aunque tampoco la sustituye, al contrario, las auténticas virtudes están en sintonía con la voluntad de Dios, pues el cultivo de las virtudes nos perfilan hacia aquel mandato de Dios: «Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo» (Lv 19, 2). Y así van tomando consistencia en nuestra vida, al grado de poder practicar el bien con fluidez y alegría.



La etapa de la juventud es una oportunidad para crecer en las virtudes como la honestidad, la caridad, la solidaridad, el respeto, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza...



Ser un joven virtuoso es darle un rostro diferente a nuestros ambientes, es una forma creíble de ser cristianos. Recuerda, no hay alternativa: u optamos por hacer el bien a través de las virtudes o nos dejamos sacudir por el viento impetuoso de los vicios.




«Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo,


de puro, de amable, de honorable,


todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio,


todo eso ténganlo en cuenta». (Flp 4, 8)


Catecismo Digital (Formación Católica Básica)


Tomado de la revista Xtrema Juventud.



 
 
 

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